El reinado
de Carlos III (1759-1788) sintonizaba con las ideas racionalistas y
filantrópicas de los filósofos europeos. Se consideraba la única fuente de
poder del país e intervenía en los asuntos de gobierno. Se apoyo al principio
en su equipo italiano, destacando el marques de Esquilache, secretario de
Hacienda. Sus reformas chocaron con la resistencia de nobleza y clero. Una
época de hambruna disparó la protesta popular.
Los
motines de 1766 por todo el país se debieron a la carestía de productos y a una
reacción xenófoba manipulada por un sector de la nobleza y – según dijeron
entonces- por los jesuitas. El gobierno fue puesto en manos de españoles (Conde
de Aranda) fracasando el intento antireformista por frenar la política
ilustrada y Aranda pudo iniciar una ofensiva contra la compañía de Jesús que
termino con la expulsión.
La
política se orientó con los dos grupos reformistas: el sector aristocrático,
encabezado por el conde de Aranda y los funcionarios de origen burgues
(Campomanes y Floridablanca).
Las
medidas reformistas de Carlos III eran aisldas, buscaban la eficacia de la
gestión del Estado y mejorar el nivel de vida de la población, conforme a la
visión ilustrada. Las competencias se repartían entre el Consejo de Castilla y
las Secretarias de Estado y Despacho, que a partir de 1787 integraron la Junta
Suprema de Estado, embrión del Consejo de Ministros.
A partir
de 1766 se inició la reforma del régimen municipal, creando la figura de los
diputados, aunque no logró frenar el aumento de poder de las oligarquías
locales en el gobierno municipal. Se intentó eliminar la tortura, y se creó un
banco Central encargado de la emisión de billetes y la negociación de la deuda
pública.
Con los
ilustrados (Floridablanca) llegaron las ideas fisiocráticas, se trató de
racionalizar e incrementar la producción agraria, liberalizándose el comercio
de cereales y eliminando las tasas. Aunque no logró acabar con la especulación.
A falta de una reforma agraria general (bienes de manos muertas), se fortaleció
la posición legal de los arrendatarios y se repartieron algunas tierras
municipales. Se intentaron repoblar zonas de Andalucia nororiental con
campesinos alemanes. Sin embargo, la tierra siguió en manos de unos pocos latifundistas,
cultivada por un ejército de empobrecidos braceros.
En materia
religiosa, los ministros de Carlos III profundizaron en la política regalista.
La Inquisición aunque perdió buena parte de su poder, siguió siendo utilizada
para reprimir conductas heterodoxas. Se expulsó a los jesuitas, considerados
responsables del inmovilismo clerical.
Los
proyectos realizados fueron tímidas reformas, por la lentitud burocrática y por
la resistencia de algunos sectores sociales. Cabe destacar la nueva perspectiva
con la que se enfocaron algunos problemas.
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